Carmen Navarro: El icono de la estética

Carmen Navarro

Si le preguntásemos a cualquier persona en este país por un tenista español, le guste o no el deporte, sepa o no sepa nada acerca de él, daría el nombre de Rafael Nadal. Esto es lo que ocurre con Carmen Navarro en la estética.

Mujeres u hombres, más o menos jóvenes, cercanos o totalmente ajenos a este sector conocerán con toda probabilidad el nombre de Carmen Navarro y lo relacionarán al instante con la belleza. Es una figura indiscutible; y eso que, según ella, no ha hecho nada para merecer tanto elogio. Bueno, sí; trabajar. Trabajar mucho y con pasión, porque es lo que le hacía (y le sigue haciendo) feliz. Qué gusto da, por cierto, oír a alguien mencionar tanto la felicidad.

Entrevista a Carmen Navarro

Pregunta- Carmen, este año te han dado el premio Elle y el premio Telva. Siempre estás en las listas de las personas más influyentes de la belleza. Hace poco cumpliste 80 años, y también el homenaje fue total, tanto en el mundo de la estética como fuera. Está claro que eres muy querida y respetada en esta profesión.

Respuesta- Fue muy bonito, muy emotivo. Estoy muy contenta y muy feliz porque mis compañeras me aprecian y me estiman. Y, sobre todo, que mi equipo me apoye para mí es muy importante.

Me he pasado 49 años trabajando y siempre buscando la excelencia y buscando lo mejor, incorporando lo mejor en mis centros. Hoy precisamente estaba en un máster sobre cómo preparar el cuerpo para los tratamientos y, es curioso, porque todo lo que aparecía nosotros ya lo aplicamos en nuestros centros y eso te hace darte cuenta de que estás en la línea correcta. La verdad es que siempre he buscado lo mejor y he seguido estudiando constantemente. Me encanta lo que hago y sigo trabajando normal, como siempre. Ahora precisamente estaba esperando para irme al centro de Pozuelo.

P.- Entonces, ¿sigues yendo a tus centros y pasando tiempo allí? ¿Qué haces cuando vas?

R.- Sí, exactamente igual que antes. Bueno, igual no. Antes pasaba todo el día en el centro de Sagasta y, desde la pandemia, para comer en casa y no pasar tanto tiempo en lugares públicos, cogí el hábito de venir a casa y me voy andando al centro de aquí, de Pozuelo, por las tardes. Y sigo trabajando. No entro en cabina, claro, pero hago diagnósticos y seguimientos para ver cómo evolucionan los tratamientos. Hablo con prensa, hablo con las clientas y me paso todo el día organizando cosas nuevas, porque no paro [ríe].

Por ejemplo, ahora acabamos de incorporar los masajes de Kinesiolifting de Sergiy Galchenko, porque yo hice kinesiología en su día y me gusta mucho. Este año hemos incorporado cantidad de tratamientos nuevos: uno con oxígeno (no el normal, que hace cientos de años que lo tenemos sino con cúpula), que justo en esta época de la vida, con las mascarillas que no nos dejan respirar bien, es fantástico; un aparato parecido al Hydrafacial… Muchísimos. También nos estamos acercando mucho al tema de las manos, que nos solicitan mucho.

P.- Es interesante esto que nos dices, porque últimamente sentimos que no hay nada muy muy nuevo. ¿Es así, o sí que crees que se están haciendo avances y hay novedades interesantes en estética?

R.- ¡Uy, nosotros tenemos un montón cosas nuevas! En aparatología tenemos nuevas incorporaciones con cavitaciones, electromagnetoterapia… Hay cantidad de cosas, pero también hay que darle la vuelta a las que ya existen para crear nuevos tratamientos y experiencias bonitas. Estudiar cosas nuevas para sacarle más provecho a lo que ya sabes. Porque hay veces que parece que todo es lo mismo… Pero no es lo mismo.

Por ejemplo, el tema del coaching en belleza nosotras lo llevamos haciendo siglos, porque siempre hemos hecho un seguimiento de la clienta. ¿Es novedad? Pues quizá sí, porque no todo mundo lo hacía como nosotras, e incluso las clientas no están acostumbradas a ese trato. Hay que hacer partícipes a nuestras clientas de todos nuestros conocimientos.

“¿A que nunca pondrías en duda lo que dice un médico, porque sabes que tiene conocimiento? Con nosotras es lo mismo: la clienta tiene que notar que sabemos lo que hacemos y de lo que hablamos”

P.- ¿Qué es lo último que has estudiado?

R.- Pues precisamente he hecho un curso muy interesante de dermofacialismo en el que, además de explicar todo lo que hay debajo de la piel, que es fundamental, habla mucho de darle poder a la esteticista. De crear un mindset, una mentalidad en la experta, en el que nuestro conocimiento sea fundamental.

Tenemos que saber lo que hay debajo de nuestra piel, qué está pasando en nuestro organismo cuando envejecemos (el tejido óseo se va reduciendo, la grasa de la piel se va desplazando…). Tenemos que saber cómo sujetar esa grasa, cómo tratar esos tejidos profundos y esa piel que vemos, y tenemos que conseguir que las esteticistas estén seguras de lo que están haciendo y cómo lo están haciendo para que sus clientas estén relajadas. Nosotras creamos nuestra propia marca. ¿A que nunca pondrías en duda lo que dice un médico, porque sabes que tiene conocimiento? Pues con nosotras pasa lo mismo: la clienta tiene que notar que sabemos lo que hacemos y de lo que hablamos.

También he hecho los cursos que han creado Cristina Casaldáliga y Mónica Collell.

P.- Antes decíamos que eras muy admirada por las compañeras. Y, ¿a quién admira Carmen Navarro en esta profesión? ¿Alguna figura concreta?

R.- Pues mira, la verdad es que nunca he tenido una figura concreta a quien copiar. Porque ahora, con las redes sociales, puedes hacer el seguimiento de la persona, de su trayectoria, ver cómo habla… Por eso también la gente me ve y me tiene como referencia.

Cuando llegó el 80 aniversario fue una barbaridad, ¡me tiré tres días contestando! Y yo decía: “pero bueno, ¡si lo único que he hecho es trabajar!” Pero la gente me ha seguido. Yo es que no tengo tiempo de seguir a nadie. Y en mi época era diferente. Yo siempre buscaba la verdad, lo mejor. He ido buscando siempre el conocimiento a través de los miles de cursos que he hecho, pero no he tenido una figura concreta en quien fijarme.

Por supuesto, hay mucha gente que me encanta y que creo que aporta cosas muy importantes. Lo malo, eso sí, es que siempre han estado relacionadas con una marca. Sí que admiro mucho a todo mi equipo. Tengo a personas que, como dice Victoria [Arandia, creadora del curso de dermofacialismo], tienen un mindset fantástico: saben mucho porque estudian mucho; porque, como a mí, les gusta hacerlo.

P.- Aunque ya muchas de nuestras lectoras conocerán tus inicios, a nosotras nos encanta preguntaros por esto y por vuestra historia. Hemos leído que tu abuelo fue pionero en el mundo de la depilación eléctrica con ultrasonidos. ¿De tal palo, tal astilla?

R.- ¡Sí! Mi abuelo era médico y era un radiólogo fantástico que, además, hizo mucha investigación, se especializó en cuerpos extraños, estuvo mucho tiempo en Alemania, tradujo muchos libros…. Y, curiosamente, descubrió un tipo de depilación eléctrica, que entonces era con ultrasonidos. ¡Una tía mía tenía el bigote hecho un higo! Porque entonces las agujas eran muy grandes, la tecnología no estaba tan avanzada… Eso sí, no tenía ni un pelo.

Pero sí, en mi familia hubo muchos médicos, mi bisabuelo también lo era. Menos las mujeres, porque en esa época las mujeres no trabajaban. Mi padre pensaba que su hija tampoco iba a trabajar, no quería, pero al final he trabajado más que nadie, y he sido muy feliz haciéndolo. Siempre digo que mientras mi cabeza esté bien y mi cuerpo aguante, seguiré haciéndolo, porque me hace muy feliz.

Carmen Navarro
Carmen Navarro

P.- Sabemos que empezaste a ejercer la profesión desde tu propia casa, concretamente desde el despacho de tu marido, en 1973, y que luego te acabaste haciendo con el resto de la casa. ¿Es así?

R.- ¡Exacto! Empecé en mi casa, por casualidad. Yo me había casado y no iba a trabajar (porque, como te decía, las mujeres no trabajaban). Pero después de hacer un curso de estética, y con mis hijos ya mayores [tenía 31 años], le dije a mi marido: “Oye, si no usas casi el despacho, déjamelo. Y fue muy bueno, porque lo hizo. Pero luego cogí el salón, y luego otro cuarto… Hasta que me dijo mi marido: “¡Hala, guapa, ahora tienes que buscarte otra cosa!” [ríe].

P.- Y, ¿solo hacías masajes? ¿O tenías aparatología?

R.- Yo tenía muchas cosas, porque siempre he tenido ese vicio. En lugar de mansiones o cosas, yo me compraba aparatos o cosmética. También, desde que empecé en el salón, hice medicina china además de los tratamientos y técnicas manuales. Pero también tuve desde el principio LPG, electroestimulación… Es un vicio que tengo porque quiero buscar el milagro; pero luego te das cuenta de que no existe.

P.- ¿Tienes algo que se parezca a un milagro?

R.- La cosmética ha avanzado mucho, y la aparatología también, pero no podemos olvidarnos de las manos. Unas buenas manos… Mira, tengo una persona en el centro que tiene unas manos tan buenas que tiene lista de espera. ¡Tiene a las clientas a tope! Tengo un equipo fantástico que, con sus manos, pueden llegar a corregir y equilibrar el óvalo facial, los pómulos, el bruxismo…

Y yo me he liado muchas veces a comprar aparatología sin sentido, porque luego resulta que veo este o aquel masaje que es una maravilla, porque me quita las arrugas. O llegan las clientas y, con quien te piden una cita es con esa esteticista, por sus manos.

Pero también es cierto que a las clientas les gusta que tengamos este u otro tratamiento. Y a vosotros también. Una pregunta típica de la prensa es: “¿cuál es tu tratamiento estrella?” Y yo siempre digo que mi estrella es mi clienta, y busco lo que es mejor para ella siempre. Porque cada una tiene su aparato, o en base a lo que le gusta, a lo que no, a lo que necesita y le sienta bien, le vas a crear su propio tratamiento.

P.- ¿Qué le dirías a la Carmen Navarro de 1973, la que empezaba en la estética?

R.- Yo creo que lo hice bastante bien. Quizá lo que te decía, no tener tanto vicio por la cosmética. A veces tendría que haber sido más empresaria, no mirar tanta aparatología ni tantos productos. Además, me cae todo el mundo bien y pienso: “¿cómo no se lo voy a comprar?” A veces me regañan un poco, me llaman la atención porque me gusta todo.

Otra cosa que me hubiera gustado es tener una perfumería. Como un Sephora. Pero mi consejo habría sido ser feliz, y yo he sido feliz. Lo he hecho todo lo mejor que he podido, y he sido feliz con lo que he hecho. Y, en alguna época peor, sigues adelante, sigues haciendo, vas resolviendo y aprendiendo.

P.- En general, ¿eres nostálgica de tiempos pasados?

R.- No. La nostalgia, estar pensando en lo pasado, no es bueno. Tienes que pensar en el aquí y en el ahora. Ahora tengo que irme a hacer cinco diagnósticos, no pienso en nada más. Tampoco me gusta cuando sacan las fotos del pasado; cómo eras, cómo no… Estoy aquí y ahora, y solo quiero ser feliz.

Además, ¡si vivo mejor ahora que antes! [ríe] Antes estaba pendiente del equipo, de las clientas, de la cabina… Y todo junto era mucho estrés. Ahora vivo mucho mejor.

P.- ¿Es cierto que te cuesta ponerte en la camilla? Esto es también muy curioso, no es la primera vez que lo oímos de grandes esteticistas.

R.- Tiene parte de verdad, sí. Hay ciertos sitios en los que sí me gusta porque sí que consigo relajarme. Si me voy de vacaciones al Caribe, si voy a probar tratamientos nuevos a Japón… En Japón, de hecho, me pasó una cosa tremenda. Me puse en una camilla, y cuando me dijeron “ya hemos terminado” me di cuenta de que no me había enterado de nada. ¡Me había quedado frita! [Ríe] En estos casos sí que me gusta.

Lo que pasa es que en tu propio centro estás atenta a lo que te hacen, analizando, escuchando si alguien dice algo fuera o si escuchas cualquier ruido… Aquí en casa tengo mis aparatos y me hago mis tratamientos personalmente.

Pruebo todo lo que incorporamos al salón, eso sí. Unas nuevas manos, un aparato… Lo que no puedo hacer es quedar dos veces por semana para hacerme un tratamiento. Lo único con lo que me comprometo es con mi entrenador personal, que viene a mi casa martes y viernes, y aún así, cuando llega ¡me da una pereza…! Pero eso sí que es fundamental, y más a mi edad.

P.- Dices que te influenciaron mucho tus viajes a Nepal, a la India o al Tíbet a la hora de entender la estética y traer nuevos rituales. ¿En qué sentido, qué tenía o qué tiene la belleza oriental? ¿Sigue teniéndolo, o ya nos hemos igualado un poco?

R.- He viajado muchísimo, a Indonesia, Japón, India, pero también a Sudamérica o a EE.UU. A mi marido le encanta viajar y a mí también, así que además de por trabajo hemos disfrutado muchísimo y he ido viendo todo lo nuevo. Son formas distintas de ver la vida. Y en eso consiste, en dar a tu gente lo mejor.

Es cierto que ya nos hemos igualado un poco, pero me han enseñado mucho las técnicas orientales y las he aplicado siempre en mis centros porque tienen detrás esa idea de ver la vida mejor, de una forma más tranquila. También me han inspirado mucho de cara a la ambientación, porque el ruido no me gusta. Cuando estás trabajando el ruido te desconcentra. En nuestros centros hay poquísima luz por los pasillos y siempre pedimos que no haya ruido, que hablen bajito… Hasta tenemos una forma especial de pisar las maderas en Sagasta.

“Más importante que el trabajo en cabina es la atención al cliente: cómo le tratas, que sepas su nombre, cómo la recibes, cómo la llevas a la cabina para hacerse su tratamiento… Esto es lo que se te queda cuando sales de allí”

P.- ¿Cómo crees que son las actuales esteticistas y las generaciones que vienen?

R.- Ahora lo tienen mejor en el mundo de la estética, están más informadas de lo que podíamos estar nosotras. Antes no se llevaba todo el tema de la comunicación; aunque, en mi caso, también fui pionera en esto, porque siempre he tenido un equipo que me la ha llevado. Creo que es fundamental transmitir lo que hacemos y cómo lo hacemos.

Yo he sido afortunada, porque antes la que no tenía posibilidad de viajar o de hacer cursos lo tenía más complicado. Ahora el mundo de la estética va a subir el nivel cada vez más. Es precisamente que hablábamos antes acerca de centrarse en dar poderío a la esteticista, porque ahora hay muchas más posibilidades para ello. Luego, que se quiera
trabajar más o menos, es otra cosa [ríe].

P.- Muchos esteticistas han pasado el testigo de sus grandes firmas a sus hijos, pero los tuyos no están en este sector, ¿verdad?

R.- Dos de los centros (el de Sevilla y el de Valencia) son de mi hijo. Pero en todos los centros estoy yo y tienen que llevar mi nombre, mi forma de trabajo y mis conocimientos. Una de mis hijas, Bea, la pequeña, sí que estuvo un tiempo con nosotros, pero ella es más intelectual, ahora es profesora, y mi otra hija es economista. Ella nos ayuda, pero no en la estética, sino con los números. Tengo una sobrina, Carmen junior, que lleva conmigo desde los 18, y habla igual que yo porque está harta de oírme hablar. Y mi hermana ha sido siempre la relaciones públicas de Sagasta.

Esto es muy importante: el cuidado que tenemos con la clienta, que sientan que son las más importantes del mundo, y mi hermana esto lo hace genial. Al final hay mucha gente de la familia que, aunque no están en la estética, sí que están en la empresa.

P.- Para terminar, seguro que muchas esteticistas te piden consejo cada día para miles de cosas, porque eres una gran referencia, como esteticista y como empresaria. Si tuvieras que dar algún consejo en ambas facetas, ¿cuál sería?

R.- Pues, como esteticista, que hay que tener pasión. Si no te gusta, no te dediques a esto. Que tengan ilusión por lo que hacen, que le pongan ganas, porque si no, es fatal.

Y, sobre todo, que no se olviden de ser empresarias, porque no solo existe el trabajo en cabina. De hecho, es casi más importante todo lo demás: la atención al cliente, el marketing, la comunicación, las relaciones públicas, cómo tratas a la clienta, que sepas su nombre, cómo la recibes, cómo la llevas a la cabina para hacerse su tratamiento. Esto es lo que se te queda cuando sales de allí.

Antiguamente, a mis clientas les hacía la música. Durante el fin de semana les grababa casettes con lo que sabía que les podía gustar. Recuerdo a una que le gustaba Julio Iglesias y, aunque no pegaba nada, yo le grababa una cinta con sus canciones. Hay que cuidarlo todo, cuidar todos los detalles, los olores, la temperatura… Si no haces todo esto bien, pasa factura.

Otra cosa fundamental como empresaria es saber cómo poner los precios. Antiguamente solo contábamos con el precio de costo del producto, pero hay que tener en cuenta el tiempo de trabajo de la niña, la seguridad social… El tiempo que tardas en abrir la puerta ya te cuesta dinero. Hay que estudiar bien el aspecto económico porque es superimportante.

Además, antes siempre decíamos que las profesionales no teníamos que vender nada porque no éramos vendedoras, éramos esteticistas. Eso es un error, porque tú le tienes que indicar a tu clienta el producto que le va a venir bien para mejorar su tratamiento. Es como el médico, que te tiene que recetar la medicación. Estamos (y debemos estar) lo suficientemente preparadas como para aconsejar a la clienta.


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