El sector de la estética está en plena transformación. Nunca antes se había hablado tanto de autocuidado, rejuvenecimiento o belleza consciente, pero también nunca antes habían existido tantas dudas: ¿dónde están los límites?, ¿cómo se distingue una recomendación honesta de una moda pasajera?, ¿puede la estética ser ética en un mundo dominado por el marketing y la presión social?
Para responder a estas preguntas hemos reunido a varias voces del sector especialistas en medicina estética. Sus reflexiones no ofrecen respuestas cerradas, pero sí una invitación a pensar en cómo debería ser la estética del presente y del futuro.
① Ética como pilar de la práctica
Para Natalia Hougham, (fundadora de Novo Clinic), la ética es la base misma de su proyecto: «Cada decisión, desde el diseño de un protocolo hasta la forma en la que recibimos a un paciente, debe estar alineada con el respeto a su identidad y a su bienestar integral». No se trata solo de resultados visibles, sino de atender necesidades reales.
Una visión que comparte la esteticista y experta en medicina estética Marta García, (directora de los centros que llevan su nombre en Oviedo), quien lo resume en tres palabras: responsabilidad, rigor y honestidad. «Ser ética es decir “no lo necesitas” o incluso “no tanto”, aunque eso implique no vender». En su práctica diaria, la ética se traduce también en saber derivar a un médico cuando la situación lo requiere.
La ética, en este sentido, no es un discurso abstracto: es la forma en la que se toman las decisiones, incluso las difíciles.
② Promesas realistas frente a expectativas engañosas
Uno de los grandes dilemas éticos del sector pasa por el terreno de las promesas. ¿Hasta qué punto es legítimo hablar de resultados visibles?
Para Marta García, la línea está clara: «Prometer resultados visibles es lícito si están bien sustentados, pero ofrecer milagros inmediatos sin tiempo ni compromiso es deshonesto». El diagnóstico y el conocimiento del tejido son las herramientas que permiten marcar expectativas claras y realistas.
En la misma línea, Begoña Zamacois, (farmacéutica y Brand Manager de HD Cosmetic Efficiency), pone el acento en la comunicación: «La formulación ética implica seleccionar ingredientes seguros y con evidencia científica, pero también comunicar sin claims engañosos». Evitar absolutos, hablar con transparencia y respaldar los mensajes con estudios clínicos son, en su opinión, la clave para generar confianza.
Aquí se abre una pregunta incómoda: ¿está preparado el consumidor para aceptar verdades matizadas, en lugar de promesas absolutas?
③ Intereses comerciales vs. interés del paciente
El choque entre lo que el mercado pide y lo que la persona necesita atraviesa toda esta conversación.
Natalia Hougham lo aborda desde la escucha: «La clave está en escuchar primero y recomendar después. Lo que proponemos debe ser lo que realmente aporta valor, no lo que está de moda».
«La piel no entiende de filtros ni de hashtags, entiende de cuidados adecuados y de constancia» advierte, por su parte, Verónica López (directora del centro homónimo en Figueres). Coincide con sus compañeras de profesión en que el sector no puede dejarse arrastrar por modas pasajeras: «también deberíamos educar al cliente para que aprenda a diferenciar tendencia de necesidad real» sentencia la experta.
④ La presión social y los modelos irreales
Hoy las redes sociales marcan patrones de belleza que se convierten rápidamente en aspiraciones. Pero ¿es compatible esa presión con una estética ética?
Para Hougham, la respuesta está en la naturalidad: «La ética está en promover resultados que respeten la esencia y autenticidad de cada persona, no en replicar patrones artificiales que despersonalizan».
Nos quedan claro que, a la larga, la mejor manera de contrarrestar esa presión es educar al cliente y que su responsabilidad como expertas no es seguir modas, sino proteger la salud de la piel.
En este punto, la estética se convierte en un espejo de la sociedad: ¿queremos ser copias de un mismo molde o aprender a convivir con la diversidad real de los rostros y cuerpos?
⑤ El valor de la formación y la capacidad de decir “no”
Un aspecto que todas las voces coinciden en destacar es la formación continua. «No puedes ser ético si no sabes lo que haces», afirma Marta García. Para ella, la capacitación es lo que permite tomar decisiones correctas, reconocer riesgos y evitar protocolos vacíos aplicados solo por moda.
En el ámbito de la medicina estética, esta idea se conecta con los principios bioéticos: beneficencia, no maleficencia, autonomía y justicia. Los médicos recuerdan que la ética también pasa por saber poner límites a los deseos del paciente: a veces, la respuesta correcta es un no.
La pregunta inevitable es: ¿cuántos profesionales están dispuestos a decir “no” aunque eso implique perder un ingreso inmediato?
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⑥ Transparencia radical en comunicación y productos
La transparencia aparece como otra piedra angular. Para Natalia Hougham, explicar de forma clara los beneficios y limitaciones de un tratamiento genera confianza duradera. «La transparencia no es solo una obligación, es lo que convierte la relación con el paciente en algo duradero».
Zamacois lo lleva al terreno de la formulación: «La transparencia debe incluir INCI completo, origen de activos, ensayos clínicos y trazabilidad del producto». Para ella, la honestidad vale más que cualquier discurso comercial.
De ahí la importancia de centros autorizados, profesionales formados y de la comunicación clara: «Siempre que he puesto límites o he desaconsejado un tratamiento, el paciente lo ha agradecido. Decir no también es excelencia», concluye una de las voces médicas consultadas.
Quizá la clave esté aquí: ¿preferimos consumidores informados y críticos, aunque eso implique vender menos, o clientes guiados por la ilusión de resultados imposibles?
La ética, en este punto, se vuelve inseparable de la seguridad. Y la seguridad, inseparable de la profesionalidad.
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Conclusión: una invitación a pensar
Después de escuchar todas estas miradas, queda claro que no existe una única definición de estética ética, pero sí un hilo común: respeto, honestidad y responsabilidad.
Quizá la pregunta no sea si la estética puede ser ética, sino qué estamos dispuestos a exigirle: diagnósticos sinceros, promesas realistas, transparencia en la comunicación, profesionales cualificados y la valentía de decir “no” cuando es necesario.
La reflexión ahora queda en manos del lector. Porque al final, la ética en estética no depende solo de quienes la ejercen, sino también de quienes la consumimos.
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